Hoy todos tenemos los ojos puestos en Tartagal.
Esta ciudad, ubicada justo en el borde norte del país limitando con Bolivia, fue hace 20 años la Meca del petróleo argentino y hoy, privatizaciones mediante, entrega soja a costa de sus montes.
Viviendo relativamente cerca de esa zona, y observando la cobertura que hacen los medios nacionales (bah, de Buenos Aires) sobre la "tragedia" (la de la inundación, la otra tragedia parece pasar desapercibida), puedo detectar no sólo un sesgo amarillista en la perspectiva con la que se aborda el tema (haciendo leña del árbol caído sobre la desesperación, la angustia, la bronca) sino, además, una completa ignorancia del verdadero problema de Tartagal y de todo el norte argentino.
Los periodistas llegaron y ¡asombrados! relataban lo que veían sus ojos de gran ciudad, donde "...galpones de madera fueron arrasados por el alud" (sic C5N), cuando en realidad lo que enfocaba la cámara era una casa como muchas casas de chapa y madera que hay en el norte.
Azorado, el país miraba cómo las calles quedaban cubiertas de barro, sin saber que, en realidad, la mayoría de las calles de los pueblos y ciudades del norte SON de barro, así como las casas SON de madera y chapa en el mejor de los ranchos y de polietileno y palos en el peor de ellos. Y no hablamos de las zonas periféricas de la ciudad. Pueden verse en pleno centro de ella.
Preocupadísimos, los periodistas pedían vacunas contra el dengue "...que aparece como producto de la inundación" (textual TN Noticias)... Sr. Periodista, le informo: El dengue no tiene vacuna. Peor aún: el dengue, la fiebre amarilla, el cólera, la hepatitis, la leishmaniasis, el chagas, la tuberculosis, las parasitosis, las mortales diarreas infantiles, etc. no aparecieron producto del alud, sino que se agravaron tal vez un poco. Estas son enfermedades ENDÉMICAS de la región, y si el lector repasa las enfermedades enumeradas, se dará cuenta de que la mayoría están relacionadas con la pobreza.
Tartagal es ahora el centro de atención del país televisado y debemos aprovechar esta tragedia para aprender que hacia el interior hay un país que vive otra tragedia todos los días.
Como dijo la Presidenta, este alud pone de relieve un problema mucho más serio y cotidiano que es el de la pobreza estructural. Pobreza que en Tartagal rebasó, como el río Tartagal, después de la privatización de YPF, que dejó a más de 15 mil personas (vinculadas directa o indirectamente) sin su fuente primaria de ingresos (¿se acuerdan de los piquetes de Gral. Mosconi?). Esas personas que antes vivían de YPF hoy sobreviven manejando un taxi, o del empleo público que aplasta la autoestima, o de planes asistenciales. ¡Ah, sí! También está el campo como fuente de trabajo, pero a la vista está que tal como están planteadas las cosas hoy el campo no saca de la pobreza a nadie.
Y lo mismo pasó con los trabajadores de la zafra, reemplazados por grandes cosechadoras que hacen el trabajo de 50 zafreros, o con los peones argentinos que se ven desplazados por los trabajadores bolivianos, quienes, sumidos en una pobreza aún mayor, aceptan jornales miserables y pésimas condiciones de trabajo (rociando agroquímicos sin protección, trabajando doblados durante más de 10 horas al día, expuestos a las inclemencias del tiempo, etc.).
Pero volvamos a Tartagal. Esta ciudad no tiene red de gas. Pero tampoco la tiene Orán, segunda ciudad en importancia de la Provincia, ni ninguna de las ciudades o pueblos del norte de la Provincia de Salta. Tampoco la tiene el pueblo donde yo vivo, a pesar de que el gasoducto más grande del norte argentino pasa debajo de sus pies.
Tartagal es hoy la foto que nadie describe de un cóctel eterno de pobreza, corrupción, desigualdad y sometimiento del más débil por el más fuerte.
Pobreza, centenaria, que empezó con la ocupación de tierras de los indígenas, desplazándolos a los rincones más áridos e improductivos de la provincia y que luego se vieron obligados a bajar a las ciudades para instalarse en esos galpones de madera que se llevó el río.
Corrupción, porque el Estado y sus recursos son el amuleto con el que, elección tras elección, los Intendentes y Gobernadores han engañado a la gente. Sin ir más lejos, la obra de ensanchamiento del río Tartagal que comenzó después de la última inundación nunca fue finalizada, a pesar de que los recursos fueron asignados. La obra pública en el norte argentino es el comodín de todos los politiqueros que, a caballo del asistencialismo, perpetúan (y SE perpetúan) la cadena de pobreza.
Corrupción, porque a pesar de haberse sancionado la suspensión de la tala indiscriminada de árboles a fines de 2007, seguimos viendo pasar, de noche y sin luces, tractores llevándose los cadáveres de árboles centenarios por las rutas y caminos de la provincia. El 50% de la superficie talada en 2007 en todo el país corresponde a Salta. Todos sabemos el efecto que produce el desmonte en el ecosistema.
Desigualdad y sometimiento, porque aquí pueden verse bien definidas las nuevas clases sociales: ricos y pobres. No es de sorprenderse que aquí convivan vehículos de lujo y carros tirados por mulas. Y sí... ya sé. Todo el mundo tiene derecho a comprarse el auto que quiera, pero cuando eso es a costa de los aportes patronales de los peones, ahí ya no es tan derecho el derecho.
Seguramente, el "tema del momento" pasará a ser otro en muy pocos días. Probablemente lo sucedido esta semana en Tartagal vuelva a suceder el año que viene, allí o en otra localidad.
Lo que podemos hacer (además de mandar ropa y comida, sabiendo que es tan sólo un efímero paliativo) es profundizar nuestra mirada más allá de lo que muestran las cámaras.
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