Diálogo o piquete?
Mucho se ha hablado (y se hablará) de la falta de diálogo que reina en nuestra sociedad. Se invoca a este recurso -el del diálogo- como la solución a todos los problemas nacionales. Y la vez, desde sectores muy definidos, se arguye que es la falta del mismo una forma intencionada de hacer política y de llevar adelante medidas impulsadas por este gobierno.
Arbitrariamente podemos puntualizar el inicio de pedido de "diálogo" a partir del debate sobre la resolución N° 125.
Fue entonces, cuando la sociedad tuvo la posibilidad de participar en uno de los debates ideológicos más interesantes que se hayan dado en la Argentina. Desde entonces, ciertos sectoresinstalaron la necesidad insatisfecha de diálogo como bálsamo para apaciguar los rencores, calmar los enojos y devolver al país a una supuesta senda democrática y republicana.
Particularmente, aquel sector de la sociedad que mediante el bloqueo de las rutas provinciales y nacionales sometió al país a un lock out patronal generando desabastecimiento de alimentos y suba de precios, fue el que después enarboló la bandera del diálogo balsámico sanador de todas las heridas.
La pregunta entonces es: Qué entendemos por diálogo? Es acaso simplemente hablar uno después de otro?. O será que para dialogar hay que partir de la base de que no todos dialogamos de la misma manera?. Es decir, hay muchas cosas para decir y muchas realidades desde donde dialogar, y por lo tanto todos tenemos que estar dispuestos a escuchar la realidad del otro.
Tal como está planteada la cuestión, hoy el diálogo suena más a discurso inapelable que a igualdad de opiniones. Pareciera que el diálogo debiera reducirse a un sector diciendo lo que está bien (la no distribución justa de la riqueza, la no intervención del estado en los negocios, la defensa a priori del poder económico por sobre la sociedad, etc.) y otro sector (generalmente aquel que es víctima de lo anterior) que tiene que estar dispuesto a escuchar y acatar. Y a eso llamaríamos consenso?. O preguntándolo al revés: Acaso se dialoga cuando los sectores más castigados, desesperados por ser oídos cortan rutas calles o avenidas, despertando de inmediato las "voces del diálogo" pidiendo justamente acallar esas protestas?.
Los esclavos del diálogo
En un pueblo pequeño del norte de Salta llamado Colonia Santa Rosa, un grupo de peones rurales mantuvo paralizada la cosecha frutihortícola durante 4 días mediante un piquete que bloqueaba el camino de acceso a las fincas. Durante los días que duró la protesta, ningún vehículo particular y mucho menos los camiones transportadores de la cosecha, pudieron atravesar el piquete. El reclamo de los trabajadores autoconvocados reclamo era muy básico: salario digno, 8 horas de trabajo y la erradicación del trabajo infantil.
Los líderes del piquete (que no se tapaban la cara ni amenazaban con palos) afirmaban que los patrones – rápidos para hacer de la necesidad un negocio- están pagando $4 la hora de trabajo cuando el mínimo establecido por ley es de $9,75. Aseguraron además que son obligados por los capataces de estancia a trabajar más de 10 horas seguidas, sin siquiera tener la posibilidad de ir al baño. Denunciaron también que se contratan a niños y niñas (a quienes se les paga menos aún) para fumigar los cultivos sin la más mínima protección.
Incluso el mismísimo Ministro de Trabajo de la Provincia, el Sr. Rubén Fortuny reconoció que los trabajadores rurales de Colonia Santa Rosa son sometidos a un régimen "que se parece a la época de la esclavitud". En diálogo radial con el Ministro, María Chaile –vocera de los trabajadores autoconvocados- expresó que los controles llevados a cabo por ese Ministerio "no sirven porque los enviados del funcionario comen asado con los patrones".
Aquí queda plasmado el abismo entre ambas realidades: El Ministro, cómodamente sentado en su despacho de Salta Capital se cae del catre, y la trabajadora con el frío de toda una noche de protesta, desnuda un secreto a voces.
De qué lado del piquete estás, Amigo?
Yo -que para llegar a mi casa debo atravesar ese camino- y a pesar de que adhiero plenamente a este reclamo, pretendí que me dejaran pasar. Es más, consideré "imperativo" que me dejaran pasar.
Instintivamente pensé que mi necesidad era más importante que la de ellos, pero luego me dí cuenta de que ese razonamiento partía puramente de mi realidad: Yo estoy de este lado y mi hijo, mi casa y mis cosas, de aquel. Yo necesitaba cubrir esa distancia.
Cuando las mujeres me respondieron que ellas también tenían a sus hijos solos en sus casas, sin abrigo y con hambre (así sentía yo que estaba mi hijo en ese momento, aunque lejos de ser así) me quedé sin argumentos.
Ese era, entonces, el momento de la verdad. El momento de poner a prueba todo lo que dije y pensé durante mucho tiempo sobre la igualdad social, la injusticia y el compromiso con el otro.
Acaso estaba dispuesta yo a sacrificar mi tranquilidad y bienestar para ayudarlos a ellos que, sin ninguna duda, la están pasando mucho peor que yo? Estaba dispuesta a dialogar con ellos desde su lado del mundo y no del mío?
En definitiva, que porción de nuestra realidad estamos dispuestos a ceder para migrar a la realidad del otro, sobre todo de aquel que tiene tanto menos que yo?.
Cuando nos damos cuenta de estas situaciones, vemos que es inútil plantear la necesidad de diálogo si no estamos dispuestos a entender que nuestros actos y formas de ver el mundo se acaban allá donde empieza el piquete. Y allí aparece la otra verdad, igualmente digna de ser escuchada, aunque históricamente acallada.
Es de hipócrita exigir consenso si lo que en realidad se pretende es mantener el status quo que asegura mi calidad de vida, a pesar de que ello deje afuera a muchos.
Es de soberbio asegurar que el que menos tiene es además, el menos capacitado para describir la realidad y -por qué no- enseñarnos nuevas formas de resolverla.
Tan contradictoria es nuestra situación (por "nuestra situación", me refiero a la de aquellos que no tenemos que preocuparnos por qué comer hoy a la noche), que protestamos y pataleamos cuando peones, obreros o estudiantes nos cortan el camino. Sentimos que se están interponiendo en la senda de nuestra vida, cuál maleantes incivilizados dignos de una segunda Campaña del Desierto!. Pero no pensamos que tal vez son modos de hacernos ver cuán egoístamente parcial es nuestra forma de percibir lo que nos rodea.
Creo que a esta altura es inútil plantear la discusión de si es correcto o no cortar una ruta, un camino o un puente. Hay que hacernos cargo de los piquetes. Y no lo digo en el sentido de reconocer cínicamente la pobreza para luego martirizarnos para la foto. Cuando hablo de hacernos cargo de los piquetes (y hablo de los piquetes de la pobreza y no de los de la abundancia), es reconocer que hay otro que pide desesperadamente ser escuchado. Significa salir de nuestro abyecto mundo para sacar la cabeza y mirar alrededor.
Significa que aquel que es pobre, inculto o morocho tiene mucho para enseñarnos.